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Prensa: Heraldo de Aragón (06.02.09) Risa con compromiso
Una línea de alambre de espino separa el escenario de la sala. A un lado el público, ocupando más de la mitad del aforo. Al otro, hojas secas, tiendas de campaña, objetos diversos amueblando el vacío. 
El sonido de aviones que sobrevuelan nuestras cabezas y una vieja radio de válvulas que trae noticias del frente, nos reciben. De pronto un gran estallido. Relampaguean las atronadoras bombas y el crepitar de las ametralladoras se mete en los oídos. Así de repente comienza la guerra de La Stravagante. Supongo que también de esa manera, súbita e inesperada, se inician las guerras de verdad. Bruscamente estalla la primera bomba y, a partir de ahí, alguien se convierte en portada de un informativo. 
De esas guerras, las que ocupan por unos días (luego se olvidan) lugares de privilegio en los medios, nos habla "Alarm". Y lo hace con un lenguaje que mezcla la comedia, el miedo, la locura, la ternura, la pasión por vivir... el lenguaje del clown. Tovenchko adora la música y pretende convertir en una sinfonía el bombardeo enemigo, con una pasión que cabalga por encima del estruendo del ataque, Trosky es un pastor que solo puede dejar atrás su ansiedad escuchando el mugido de sus vacas. 

Son dos personajes que intentan sobrevivir en medio del caos y la destrucción, porque ellos, los payasos, no sucumben jamás ante las dificultades. En ese intento por seguir adelante a pesar de todo, está muy bien dibujado el universo del clown. La risa, el juego, la mirada inocente de un niño, el absurdo, la comunicación con el espectador, la crítica, la sensibilidad, la poesía, la emoción o la sorpresa, están presentes en una inteligente puesta en escena bien concebida, a pesar de que alguna de las escenas se haga un poco larga, maneje un ritmo demasiado acelerado por momentos y de que el espacio sonoro, muy importante en la concepción del espectáculo, descoloque un poco al espectador por su estridencia. 
En suma, este "Alarm" de La Stravagante resulta una propuesta interesante, diferente y con cierto nivel de riesgo; con momentos verdaderamente deliciosos (la música a base de percusión con tiestos), con situaciones intensas (el cementerio lleno de cruces blancas) y con un sobresaliente trabajo por parte de los dos payasos. Una espléndida manera de mostrar la profundidad del juego del clown. 
Puntuación: * * * * (cuatro estrellas)